Nuestra historia
Elaborando aceite de oliva desde 1429
Somos la decimosexta generación de una familia que lleva desde el siglo XV elaborando aceite con las aceitunas procedentes de nuestros olivares en Monteagudo, en la Ribera de Navarra.
Hace ya más de 160 años nuestro aceite recibía premios nacionales e internacionales. En la actualidad hemos renovado nuestros olivares y reservamos una pequeña partida de nuestras mejores aceitunas para producir artesanalmente un Aceite de Oliva Virgen Extra con todo el sabor de nuestra tierra.

Cronología
Durante seiscientos años se han sucedido dieciséis generaciones de la familia. Cada una de ellas ha sabido adaptarse a su tiempo y, construyendo sobre el respeto a la tradición familiar, ha utilizado las técnicas y conocimientos científicos más avanzados de cada momento para modernizar la explotación, haciéndola más eficiente y obteniendo los mejores aceites posibles.

El origen

Ampliación de olivares

Reconstrucción

Modernización

Nuevas inversiones

Primeros reconocimientos

Ampliación

Premios internacionales

Nueva almazara y tiempos difíciles

Nuevo impulso

Tradición + tecnología
Nuestra tierra
Nuestros olivares se encuentran en el Valle del Queiles, en el término de Monteagudo, al sur de Navarra, vértice con Aragón, Castilla y La Rioja, un terreno delimitado por el Moncayo con sus 2314 metros de altura, el río Ebro y su fértil Ribera y las Bardenas Reales, un paraje semidesértico.

Disponemos de más de 50 hectáreas de las variedades Arbequina y Arróniz, distribuidas en ocho fincas situadas a 400 metros sobre el nivel del mar con unos suelos y clima que nos permiten producir aceites de oliva virgen extra de máxima calidad y gran personalidad.
Nuestros olivares se asientan en terrenos franco-arenosos, con ph neutros y ricos en nutrientes como nitrógeno, fósforo, potasio y calcio. Como la tierra contiene muchos de los nutrientes necesarios para los olivos, se reduce la necesidad de fertilizantes.
El clima es idóneo. Los inviernos son fríos y los veranos secos y calurosos. Las diferencias térmicas entre el día y la noche, y entre el invierno y el verano, son fundamentales para el correcto desarrollo del olivo y para potenciar los aromas de su fruto. Además el cierzo, fuerte viento del norte imperante en la zona – un 40% de los días soplan vientos de más de 20 kms/h – airea las plantas y previene las plagas.
La zona regable del río Queiles es una de las más antiguas y complejas de toda la cuenca del Ebro. Los agricultores, desde fechas muy remotas, construyeron largas acequias con toma directa del río, que fueron intercomunicando entre sí a través de derivaciones. Este complejo y antiquísimo sistema nos permite aprovechar el agua procedente del Moncayo para riegos de apoyo cuando son necesarios.
Por último, una tradición olivarera de más de 2.000 años aporta una sabiduría natural a los agricultores para obtener los mejores frutos. La tradición se combina con procesos y tecnologías de vanguardia que se han implantado en las almazaras en los últimos años y que nos permiten elaborar un aceite de oliva virgen extra conservando todo el sabor, aroma y las propiedades de las aceitunas.
Oleum fert memoria terrae: el aceite de oliva lleva dentro de sí la memoria de la tierra. El aceite de oliva virgen extra Castillo de Monteagudo lleva dentro la memoria de nuestra tierra, oreada por el cierzo y regada con las frías aguas que vierten desde el Moncayo.
El castillo
Erigido hace más de mil años, domina el Valle del Queiles, un paisaje entre el Moncayo y el Ebro, salpicado de olivares, viñedos y campos de cereal, mismos productos que ya cultivaban los romanos en estas tierras hace 2.000 años.
Al ser una fortaleza fronteriza, enclavada en el vértice de Navarra, Aragón y Castilla, el castillo de Monteagudo ha sufrido incontables asedios y batallas que han obligado a sucesivas reconstrucciones, la última de ellas en el siglo XVIII tras la Guerra de la Sucesión.
Las viejas crónicas nos hablan de la resistencia que la guarnición árabe del castillo opuso a Alfonso el Batallador cuando en la segunda década del siglo XII realizó su victoriosa campaña por ambas márgenes del Ebro: “muy primitivo y casi inexpugnable, hubo de sucumbir ante la razón del más fuerte y el más tenaz”.
Además, ha sido testigo de importantes acontecimientos históricos, como la firma del tratado de paz y asistencia mutua entre el rey Teobaldo II de Navarra y Jaime I de Aragón.
Los reyes de Navarra donaron en 1429 el Castillo y el Señorío de Monteagudo a mosén Florestán de Agramont por los servicios que había prestado a la reina “tanto en Navarra como en Sicilia, en Castilla y en otras partes del mundo”. Desde entonces ha permanecido en la familia, pasando por herencia sucesivamente a los Beaumont, Magallón -marqueses de San Adrián desde el siglo XVII- y Sanz-Magallón.
Con la incorporación de Navarra a Castilla y la unión de los reinos peninsulares la importancia estratégica de Monteagudo como enclave fronterizo disminuyó. No obstante, durante la Guerra de la Sucesión (1701-1713) recobró su uso militar, al ser Navarra partidaria de Felipe V mientras que la vecina Aragón abrazaba la causa del archiduque Carlos de Austria. Al terminar la guerra las incursiones de los aragoneses lo habían dejado en estado ruinoso y completamente inhabitable.
Durante las siguientes décadas el castillo fue utilizado principalmente como almacén y granero, hasta que en 1760 el IV marqués de San Adrián decide reconstruirlo, para lo que solicita un crédito de 5,000 ducados y contrata a Josef Marzal, el arquitecto más prestigioso de la zona. El castillo es demolido casi por entero y se edifica en su lugar el actual palacio de estilo barroco, muy característico de la Ribera de Navarra.
A finales del XX el XIV marqués de San Adrián, José Luis Sanz-Magallon, arquitecto y pintor, restaura de nuevo el castillo-palacio. El actual edificio conserva algunos elementos del castillo primitivo, entre otros la portada de piedra y el aljibe, y es sede de la Fundación Castillo de Monteagudo.